No podemos luchar contra la piel, que tiene sus leyes, sus preferencias, su fuego particular. Cuando la piel se pelea con el amor, tiembla el mundo.
De ese temblor habla la última película de Claire Denis, que saca pecho entre las miserias y fulgores de un triángulo amoroso que la cineasta francesa deconstruye con su particular estilo. El suyo es un cine de impulsos, al que no le gusta dar explicaciones.
Por eso, desde lo narrativo solo sabremos lo básico: una pareja se ama, aparece un fantasma del pasado, abre una grieta en la que se filtran primero los celos, luego la piel y sus mandatos. Los que conocen y admiran el cine de Denis -los que la abrazan como esa cineasta del cuerpo y el deseo, alérgica a hacer concesiones- saben que sus films están articulados alrededor de la elipsis y el destello, el vacío y la catarsis, y “Both Sides of the Blade” no es una excepción.
Hay pocas cineastas contemporáneas que sepan filmar la inevitabilidad de dos pieles que se reconocen, como ocurre en el reencuentro de Sara (Binoche) y François (Colin), en el que la cámara parece acariciarlos, oliendo el clamor de la tragedia.
Y la tragedia aparece a borbotones, cuando a una discusión entre Sara y Jean (Lindon, explotando su lado más vulnerable) le sigue una escena donde la traición se esconde, y otra donde la discusión se repite sin apenas solución de continuidad.
Podríamos decir que la película transcurre en una temporalidad emocional, y esa es la fuerza íntima que la alimenta, a menudo de una forma muy hermosa.
Es una pena que Denis no se conforme con su anatomía de la pasión humana, y desvíe nuestra atención hacia una subtrama, algo innecesaria, que quiere opinar sobre la identidad racial y la xenofobia para demostrar que toda esa turbulencia emocional no está estallando en una burbuja.
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