El estreno de una nueva película de Paul Thomas Anderson es todo un acontecimiento para cualquier amante del séptimo arte. En su haber hay auténticas joyas como 'Magnolia', 'Pozos de ambición' o 'El hilo invisible', por lo que es lógico esperar mucho de cualquier cosa que lleve su firma.
Con 'Licorice Pizza' ha logrado algunas de las mejores críticas de su filmografía y tres nominaciones al Óscar tan importantes como las de mejor película, mejor dirección y mejor guion original, pero lo más curioso es que luego quizá lo que más brilla de la función es el excepcional trabajo de los debutantes Alana Haim y Cooper Hoffman.
Viajando de nuevo a los 70
Anderson borda la dinámica que surge entre ambos, apoyándose para ello en la frescura que transmiten Haim y Hoffman a sus respectivos personajes, pero también en la química que comparten, la cual lleva a que nos podamos creer perfectamente que acaben siendo una pareja, grandes amigos o ambas cosas. La química entre Haim y Hoffman es algo casi sobrenatural.
Esa primera hora se centra casi en exclusiva en ello, acercándoles peligrosamente para que acaban probando a volar (hasta cierto) en solitario. El ímpetu de Gary parece tener un techo claro, tal y como prueba su experiencia televisiva, mientras que Alana acaba despertando su lado más práctico para ir en la dirección que cree debe y merece.
El lastre de lo anecdótico
Surge entonces una bifurcación que no le sienta demasiado bien a 'Licorice Pizza', una película en la que hasta entonces los momentos habían sido más importantes que el conjunto, pero es como si Anderson se dejase seducir por ciertas anécdotas reales para imprimir a la película de un componente episódico bastante menos estimulante de lo que habíamos visto hasta entonces. Ya antes había cierta tendencia a ello, pero integrándola con mucha mayor fortuna en el relato.
También es en esa fase de la película donde dota de un toque más cinéfilo a la película y puede que haya poco que reprocharle en lo puramente técnico, pero en lo emocional es harina de otro costal. Pienso sobre todo en el segmento en el que aparecen Sean Penn y Tom Waits, el eslabón más débil de toda la función.
'Licorice Pizza' logra remontar después de eso, pero mantiene esa misma tendencia a que vivencias aisladas centren la atención narrativa durante los siguientes minutos. De esta forma, la verdad que transmite la relación entre sus dos protagonistas se diluye en parte en beneficio de lo excéntrico con ese excesivo Bradley Cooper o en la única parte de toda la función en la que Anderson pone los pies en el suelo con el político interpretado por Benny Safdie.
No dejan de ser experiencias vitales para que ambos terminen de aclarar su camino, siempre prestando atención a que no resulten pesados, siendo esencial para ello el trabajo de montaje de Andy Jurgensen, y con un acabado técnico sensacional para que uno en todo momento se sienta transportado a otra época.
El lastre es que hasta entonces uno estaba hechizado con una historia de amor única y especial en la que todo te seducía hasta el punto de no querer separarte nunca de sus dos protagonistas, pero ahí ese efecto se pierde. 'Licorice Pizza' es una película en la que se corre mucho, pero a mitad de metraje es como si se tomase un descanso para hacer otra cosa diferente. Y menos interesante.
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